9.4.08

–Vete, Burgos -murmuró ella-. Va a dormir un rato. No lo despiertes.

El perro meneó el rabo y la siguió nuevamente. Por más viejo y más querido era al único a quien permitían entrar en las habitaciones. Cuando estaba libre de su cadena corría hacia la casa en busca del niño. Hoy había pasado más de dos horas dando vueltas de un lado a otro sin hallarlo. Empezó a ladrar cuando oyó el automóvil que se acercaba y fue el primero en salir a recibir a Eusebio pero estaba en brazos de su madre y no pudo husmearle.

En un extremo de la sala de Lorenza había un escritorio. Burgos fue a echarse allí, a los pies de su ama a la que observó durante unos segundos en espera de su consentimiento o, más bien, de un reproche y una orden de salir, pero ella estaba entretenida buscando en los cajones y no le prestó atención. Burgos apoyó la cabeza sobre la alfombra y se echó a dormir.

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